Relato 5
EL ENIGMA
EL ENIGMA
Hable con él. Desde su lugar él me dice que
no tiene nada más para decir. Se le acabaron las ideas. Hace ocho años que vive
recluido en una humilde vivienda con techo de chapa. ¿Cómo puede ser que el
escritor más destacado de los 80, “el heredero de Borges” como lo llamaban,
termine recluido en una pocilga así? Hay un misterio por resolver. Algo, quizás
el periodista frustrado que vive en mí, me hacen seguir está historia, llegar
al final del asunto. Pero este enigma empieza mucho tiempo atrás. Para ser
exactos el 19 de enero del 91. Ese día Álvaro conoce, a quien dos años después
se convertirá en su esposa: Ana Constanti. Ya es bien conocido el desenlace de
esta historia: el asesinato de Ana, la supuesta culpabilidad de Álvaro, la
prisión, su absolución dos años después. Mientras conversamos reconozco en la
cicatriz que lleva en su cara, la dureza de esos años de cárcel. Me responde
con calma como si supiera todo lo que voy a preguntarle, como si me hubiera
estado esperando hace mucho tiempo. Sus ojos otrora centellantes ahora grises
cansinos. Este hombre no es ni la sombra de aquel que pudo ser el mejor
escritor argentino de todos los tiempos. Parece no importarle su fracaso, hace
veinte minutos que sólo habla de Ana, se centra más que nada en detalles
menores. Su sonrisa, su cabello, como cambiaban de color sus ojos según el día,
“sus labios le quitaban el sabor a otros labios”, “me destruía el pensar que su
boca provocaba” “si la literatura era mi esposa ella fue mi amante, ¿y qué te
puede enamorar más que una buena amante?” me dice entre otras cosas. Podría
gastar la extensión de este relato contando con detalle lo que Álvaro me
trasmite de su relación con Ana pero no creo que a lo que hace esta crónica
tenga valor su vida personal. He venido buscando al escritor. Él prosigue su
perorata de manera arbitraria, mientras bebe más y más vino tinto en caja,
parece no tolerar el vaso vacio. Me invita pero me niego. Al parecer Álvaro “el
gran escritor” ha caído víctima del vicio. Un don desperdiciado, una vida
desperdiciada. Ahora su discurso se ha centrado en el asesino de Ana. Me
esgrime sus teorías más disparatadas que van desde una orden masónica hasta un
líder político de singular importancia. Comienzo a pensar que fue un error
venir hasta acá, viajar 200 kilómetros y no obtener respuestas. Quizás lo más
sensato sea irme ahora, antes que la borrachera cale más hondo en esta sombra
de escritor, en este fracasado que no puede tenerse en pie. Pero justo ahí,
cuando me dispongo a marcharme, es que Álvaro me hace la confidencia más
intrigante de nuestro encuentro: “sé como atrapar al asesino de Ana” me dice. Es
ahí que me ilusiono, que pienso que quizás algo del viejo Álvaro todavía viva
en él. Escucho con atención, con la misma atención que leía sus cuentos. A
continuación, trascribo su revelación para que no se pierdan de nada. Para que
descubran igual que yo, que Álvaro nunca había dejado ser el “gran escritor”
sino que todo fue una farsa:
“Meses antes
del asesinato de Ana, comencé a recibir cartas de un admirador de mi obra. En
las cartas me reprochaba, el decaimiento de la calidad literaria de mis
escritos y la menor frecuencia de
publicación de los mismos. Hacía responsable a Ana de la variación en mi forma
de escribir. Todavía recuerdo una de sus frases: “un gran escritor no debe
tener distracciones”. Para este señor mi amor por Ana era una distracción. En
ese momento asumí que era sólo un fanático un poco loco y no le di mayor
importancia. Fue recién en la cárcel donde recordé las cartas, y donde ideé un
plan para poder volver a verlo. Si de algo estaba seguro es que él esperaba que
vuelva a escribir. Cuando salí de la cárcel muchas editoriales me ofrecieron
escribir un nuevo libro, pero yo me negué. Sabía que en algún lugar, el estaba
esperando de vuelta mis escritos. Por eso me aleje de la ciudad, por eso me
aislé en esta isla esperando el día que él viniera por mí. Ahora que ese día a
llegado me siento extrañamente satisfecho”
El entrevistador sonríe, deja su cuaderno
sobre la mesa y apaga el grabador.
Álvaro empuña el cuchillo, hace diez
años que espera este momento, piensa en Ana en su mirada, su sonrisa, sus
besos. El cuchillo se clava en el estomago del entrevistador, la sangre brota
de su cuerpo de manera incontenible pero algo en su mirada trasmite paz. Ha encontrado lo que ha venido a buscar.