Relato 4
Luna
menguante
Al despertar, lo primero que vio fue la luna llena
a través del gran ventanal. Tardó unos segundos en recordar donde estaba. La
habitación era pequeña pero estaba bien distribuida, todo en ella permanecía en
perfecta armonía. Desde el sofá, él inspeccionó todo a su alrededor: una mesa
de luz, una cama, un escritorio, un espejo, un ropero y un viejo reloj de pared,
constituían todo el mobiliario. En la cama dormía ella, ni siquiera la
oscuridad podía opacar su belleza, un haz de luz atravesaba el cristal y se posaba
en su cuerpo blanco y angelical. La perfección de sus facciones y su cuerpo lo
estremecían. Ante tanta belleza se sentía extremadamente débil. Salió al
balcón, no resistía el deseo, quería marcharse pero no podía. El deseo,
el vicio, es siempre un aliado cruel. No percibimos que cuando le damos lugar,
cuando lo dejamos entrar va tomando poco a poco nuestro espacio. Se convierte
en un monstruo que se confunde con nuestra propia persona. Para calmar su animo cambiante prendió un cigarrillo. Volvió a entrar, ahora decidido.
Todo permanecía extrañamente estático, como si el tiempo no pudiera penetrar la
barrera que constituía el ventanal. La contempló en detalle largo rato, pretendía
conservar esa escena en su memoria, lo más fiel posible a la realidad. Ella ya comenzaba a helarse. Para el extraño el tiempo se acababa. Debía marcharse. Al
levantarse vio en el espejo su figura borrosa, tomó un aro del escritorio y lo guardó
en su bolsillo. Sin el más mínimo apuro, se dispuso a marcharse, enfrentó la despedida
con melancolía. Nunca más la volvería a ver. Bajó por la enredadera por la cual
se había aventurado a subir. Ya en el medio de la calle mientras miraba el
balcón, lentamente, prendió un cigarrillo. Reaccionó, la situación no admitía distracciones.
Así se marchó, por las calles vacías de una Buenos Aires que amanecía.
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