"Luzca el sol o esté negro el cielo, siempre seguiremos adelante, jamás dormiremos"André Bretón

"No hay dios, ni rey" El Inca Guamán Poma

“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener ninguna historia que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas.” Fabián Polosecki

Nunca me tomes demasiado en serio

miércoles, 18 de julio de 2012


Relato 4
Luna menguante
  Al despertar, lo primero que vio fue la luna llena a través del gran ventanal. Tardó unos segundos en recordar donde estaba.  La habitación era pequeña pero estaba bien distribuida, todo en ella permanecía en perfecta armonía. Desde el sofá, él inspeccionó todo a su alrededor: una mesa de luz, una cama, un escritorio, un espejo, un ropero y un viejo reloj de pared, constituían todo el mobiliario. En la cama dormía ella, ni siquiera la oscuridad podía opacar su belleza, un haz de luz atravesaba el cristal y se posaba en su cuerpo blanco y angelical. La perfección de sus facciones y su cuerpo lo estremecían. Ante tanta belleza se sentía extremadamente débil. Salió al balcón, no resistía el deseo, quería marcharse pero no podía. El deseo, el vicio, es siempre un aliado cruel. No percibimos que cuando le damos lugar, cuando lo dejamos entrar va tomando poco a poco nuestro espacio. Se convierte en un monstruo que se confunde con nuestra propia persona. Para calmar su animo cambiante prendió un cigarrillo. Volvió a entrar, ahora decidido. Todo permanecía extrañamente estático, como si el tiempo no pudiera penetrar la barrera que constituía el ventanal. La contempló en detalle largo rato, pretendía conservar esa escena en su memoria, lo más fiel posible a la realidad. Ella ya comenzaba a helarse. Para el extraño el tiempo se acababa. Debía marcharse. Al levantarse vio en el espejo su figura borrosa, tomó un aro del escritorio y lo guardó en su bolsillo. Sin el más mínimo apuro, se dispuso a marcharse, enfrentó la despedida con melancolía. Nunca más la volvería a ver. Bajó por la enredadera por la cual se había aventurado a subir. Ya en el medio de la calle mientras miraba el balcón, lentamente, prendió un cigarrillo. Reaccionó, la situación no admitía distracciones. Así se marchó, por las calles vacías de una Buenos Aires que amanecía. 

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