Cuando las sombras crezcan
Has
mirado al diablo a los ojos alguna vez, su mirada no es siniestra, sino
profunda y encantadora. Él era el diablo, ni más ni menos que el diablo. No
había manera de escapar. Nos toco a nosotros manifestar su voluntad pero podría
haberle tocado a cualquiera. De alguna manera, creo que fue mejor así. Más allá
de los muertos, usted , oficial, tiene que entender que podría haber sido mucho peor. Al
principio, se manifestó tímido y sereno pero no tardo en revelar sus
intenciones. Era un líder. De esos a los que uno debe seguir porque el destino
se lo impone, su atmosfera era inmensamente atrayente, era inevitable seguirle.
Usted me cuestiona pero no lo vivió, no sintió la fuerza de su
presencia, de sus palabras, cuando él hablaba se detenía el mundo. Más que nada
actuábamos de noche. Con el tiempo, se volvió una competencia, todos queríamos
lucirnos, asesinar para él, todos deseábamos ser su segundo. Él nos trataba a
todos por igual, en ese aspecto, debo admitirlo, ha sido muy justo.
¿Al primero que matamos? Creo que fue Gaspar,
el aspirante a intendente. Esa muerte, perdón, ese asesinato. Fue realmente
extraño, él dijo que debíamos hacerlo y todos nos lo tomamos a broma. No fue
hasta que saco el puñal, que nos percatamos que hablaba en serio. Fue
sorpresivo pero nadie dudo. Su palabra era irrefutable, su designio debía
cumplirse. Lo investigamos, estudiamos cada uno de sus movimientos. Gaspar iba
a natación los lunes por la noche, después caminaba tres cuadras hasta su
casa. La tarea la iba a hacer Octavio,
pero no pudo por problemas de trabajo, entonces me encargue yo. Como la noche era fría, las calles estaban
desiertas. Todo transcurrió normalmente, salió alrededor de las once. Lo seguí
dos cuadras a unos veinte metros, empuñaba firmemente el arma en mi mano
derecha. Gaspar ni siquiera noto que lo perseguía. Lo sujete por el cuello,
como era de físico pequeño su resistencia no me produjo mayores contratiempos.
Lo que siguió fue la sangre brotando de su cuello, esparciéndose por la vereda,
un poco de sangre alcanzo el agua de la calle que bordeaba el cordón y se dreno
por la alcantarilla. Esa imagen, a decir verdad, fue muy poética. Me resultó
sorprendente la facilidad con la que puede quitarse una vida. En definitiva,
para que seguir con los detalles. Usted, seguramente, ha visto las fotos de la
escena.
Debe entender oficial. El nuestro es un
pueblo pequeño y, como siempre, Buenos Aires nos da la espalda. Usted piense,
después de ciento noventa y tres muertes mandan a un solo oficial. ¿Le parece
correcto? De eso antes no nos dábamos cuenta, él nos abrió los ojos. Una vez
que se conoce la verdad, uno hace lo que sea necesario para protegerla.
Entiéndalo así oficial, no es que yo tenga algo en contra de usted. Ni es que
voy a torturarlo, a asesinarlo por mero placer, es porque debemos proteger lo que es nuestro. Aquí, usted es un extranjero, y debe morir como tal.
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